¿Alguna creencia… certeza…?

Al ver salir de una iglesia a feligreses más bien mayores en casi su totalidad cabría pensar que la religión es cosa de personas enfilando la ancianidad. Sin embargo entre los sesentañeros, como en cualquier otro grupo de edad, se dan todo tipo de posturas ante una posible trascendencia. S. R., se coloca entre los que las rechazan para sí mismos.

«No creo en las idioteces de las religiones, que van contra el sentido común e incluso contra la dignidad del hombre. Sigo creyendo —si esa es la palabra adecuada— en el amor de todo tipo, y en ciertos valores como la honestidad, etcétera. Se puede argumentar que tales valores van contra la racionalidad, pero acepto —¡con mucho agrado!— que hay muchas cosas más allá de lo racional. Con eso no quiero decir que tengo que tragar cuentos de hadas de pura fantasía, de ancianos sexualmente frustrados que quieren controlar a los demás. ¡Aunque también creo en la fantasía positiva! De hecho es imprescindible si uno no quiere ser un autómata. Y siendo práctico, un viejo tiene que —bueno, debería— tener siempre algún objetivo, reto, meta —no como en las pelis norteamericanas, en las cuales la felicidad consiste sólo en triunfar, ser mejor que los otros— sino para no estar allí, atontado, simplemente esperando la muerte. Si no hay esperanza —si no eres creyente—, no hay sentido alguno en la vida —pero hay muchas cosas bonitas—, ¡en el día a día hay que actuar como si lo hubiera! Yo le llamaría autoengaño realista y necesario».

M. J. González agradece pertenecer a una cultura cuyos valores la inculcaron, coincidan o no con los de una religión:

––No creo en nada especial; aunque, quizá compruebo cada vez con más claridad, que hay una providencia que ata y desata, que altera y equilibra, que mueve o paraliza. Parece que mantengo parte del sustrato de creencias que por cultura y educación me fueron transmitidas y, a medida que pasa el tiempo y, sobre todo, a medida que percibo la agresividad «político-social» contra ellas, me parece más relevante cuidarlas o mantenerlas en el fondo del corazón. Me ayuda pertenecer a una cultura con valores y creencias; saber que, por ejemplo, los diez mandamientos de la  católica que soy, son valores de los Derechos Humanos y de la armonía de la naturaleza y de la vida solidaria. Creo que es fundamental no tanto creer en algo como evitar que quienes no creen en nada o, incluso, tienen creencias agresoras, se adueñen del espacio reservado a la vida del espíritu, siquiera sea para vaciarlo y dejarlo inerme y vulnerable. No creo, por ejemplo, que todas las civilizaciones deban ser respetadas del mismo modo porque las hay bien incivilizadas. Lo de la Alianza de civilizaciones, por ejemplo, me parece una idiotez.

––¿Algo a valorar?

––Lo que más valoro y más me importa es recibir, o percibir, que lo que sembré durante toda mi vida me vuelve en forma de afectos y  ayuda. También saber que formo parte de una cultura, la Occidental, que lejos de ser la causante de todas las desdichas de la humanidad es, como sucede con cada uno de nosotros, causante de males; pero, también de una cantidad increíble de maravillas y que en su evolución y búsqueda de la verdad y la felicidad, ha producido la mayor cantidad imaginable de asideros para los corazones humanos desorientados, rotos o atribulados.

Para C. C., tal vez sea una costumbre: «Soy de creencia heredada y practicante pero me pregunto si no tendré una creencia de carnicero en vez de mística. A mí me ha ayudado poco la religión. He tenido que coger el toro por los cuernos porque si no… no pasaba nada».

Otros encontraron en ella lo que necesitaban. No siempre es fácil cargar con las sorpresas que nos depara la vida; si bien por el simple hecho de enfrentarnos a ellas toreando el tormento infinito que generan, podemos descubrir el sentido de nuestra propia vida. Ana tiene, en la actualidad, 72 años y vive sola.

—De los 60 a los 70 años, mi vida fue catastrófica. Me dediqué a cuidar de mi madre y de mi tía y a poco más, de tan absorbente que resultaba la tarea.

—Y, ¿qué ocurrió para que ahora se encuentre en este buen momento?

—Me llegó el Renacimiento cuando entré en el Camino Neocatecumenal. A partir de ese momento, la vida me pareció bonita, llena de luz. Ha sido lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Tenemos reuniones, amigos, asistimos a personas que lo necesitan, hacemos encuentros, viajes y, sobre todo, sentimos una alegría inmensa. Cuando escuché aquella frase de san Mateo del Evangelio que dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré», acepté que me aliviaran y que mi vida tenía un sentido. Y ahí estoy hoy día viviendo y dando cuanto está en mi mano a aquellos que lo necesitan.

—¿No se siente sola?

—Ahora, ya no. En muchas ocasiones la soledad es más sonora cuando estás con gente. Cuando murió mi tía, arreglé con el banco lo de la hipoteca inversa y, en ese sentido, me tranquilicé. Siempre es bueno saber que la parte económica la tienes cubierta.

»Después entré en el Camino y mis relaciones aumentaron. A partir de ahí, jamás me he vuelto a sentir sola. Tengo tantas actividades plenas que no paro en casa.

Miguel C., cree, sobre todo, en la solidaridad.

––¿Tiene miedo al futuro, a la soledad, a la muerte?

––Al futuro no; lo veo siempre como algo positivo, que hay que vivirlo y disfrutarlo. A la muerte, no pienso en ella ––¿seré un inconsciente?–– y a la soledad… esto sí que es peor que la  muerte… no me siento solo… incluso cuando estoy rodeado de gente. A veces, cuando corro solo, me siento bien. Y otras veces en casa, solo, me siento «acompañado».

––¿Qué es lo que más le importa?

––Sin duda, la amistad, el sentirte querido y tener algún amigo/a de verdad. Ser comprensivos y no tener siempre la razón. Tener alguien con quien compartir las alegrías, fracasos, desalientos, dar ánimos y cuando me jubile el próximo curso me ilusiona trabajar en alguna ONG. Creo que hay que hacer algo siempre con proyección social. Soy como un ciudadano del mundo y siempre hay que arrimar el hombro para algún bien social.

––¿Cree en algo?

––Creo en la vida misma, en la solidaridad, la amistad, el cariño, el abrazo, el beso, la risa, la mirada sincera y la sonrisa, en pedir perdón y saber perdonar sin rencor. Creo en el vaso de vino con el amigo/a. Me gusta que me rocen, me toquen, me den un beso y me aprieten… sin palabras. Es como comprender a un mudo. En fin, creo en los signos del amor y la amistad. Es fundamental para mi vida.

C. G., profundiza sobre lo que es y lo que tiene.

«En este momento de mi vida valoro aquello que, creo, siempre he tenido, libertad de juicio, libertad de criterio. Valoro el haber dejado atrás el tiempo y poder ser, aún si cabe, más libre.

»Valoro mi posición en la vida, mi apego y mi desapego. Valoro lo que tengo y lo que soy pues tanto uno como lo otro lo he ido ganando. Valoro las amistades que he ido construyendo y lo que pueda aportar personalmente a las mismas. Valoro los espacios que he construido, la atmósfera que he creado, las puertas que he pintado, las plantas que he plantado, el brote que le crece a la orquídea, y los treinta y tantos botones que no se abren del pequeño camelio de mi balcón. Valoro el sol que está saliendo en este momento. Valoro el pan de centeno con aceite de oliva y una raja de salmón. Valoro que es viernes, que mis hijos me quieren, que mis hermanos también. Valoro que mi madre tiene 87 años, una gran inteligencia, la cabeza en su sitio y una gran ironía y lucidez. Valoro que una amiga cumplió años y que prepararé hoy una caja primorosa, le pondré papel de seda de colores y dentro encontrará aquello con lo que soñaba: una caja antigua de porcelana de figura de señora del siglo xviii, que se abre por el tronco. Una pieza de anticuario de la que se enamoró en su día y que tuve la fortuna de encontrar, por sorpresa y sin esperarlo. La caja me esperaba a mí. Valoro anticipar su cara y la ceremonia de preparar el objeto.

»Creer, creer, creo, ¡sí¡ en el ser humano que es y se comporta como humano, en la honestidad e integridad. En las relaciones sinceras, en el cariño, en mis amigos, en mi familia…».

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