El rock es una de las pasiones de Alejandra Corral, 64 años, prejubilada de banca desde hace siete. Conserva su habilidad para los números que ahora emplea en llevar al céntimo su economía intentando que sus medianos recursos le alcancen para hacer todo lo que quiere. Sigue levantándose a las seis y media como cuando trabajaba.
––Es importante mantener un horario, no rígido pero sí constante. Y ciertas rutinas.
—¿Cómo es su vida cotidiana?
—Voy al gimnasio, a la piscina, procuro trasladarme a todos los lugares andando… También asisto a talleres de interpretación, de baile y un largo etcétera.
—A esto se llama hiperactividad…
—Sí, pero no lo confunda con vigorexia, esa adicción al ejercicio hecha trastorno al no saber discernir, quienes la padecen, que realizar prácticas deportivas sin reparar en las horas y con cierto fanatismo, puede empujarles a un punto de no retorno y tener fatales consecuencias. Si el sentido común les ha abandonado, debería encendérseles una luz roja porque si no pasarán al otro lado de la puerta donde se encuentran las adicciones. Es fácil entrar pero no lo es tanto salir.
––¿Es de las que el olor del gimnasio la estimula?
––A mí no me pasa nada si se me tuercen los planes. Menos aún si vienen otros más atractivos. Por el contrario quienes han caído en la adicción, se enfadarán y se sentirán culpables o se pondrán violentos cuando no puedan seguir a rajatabla lo que se han impuesto hacer como actividad. Estas personas no se dan cuenta de la tiranía que sufren y con la que hacen sufrir a quienes les rodean. Necesitan tratamiento. Ellos lo negarán. Repiten A por B los pasos dados por todos los adictos, estén enganchados a lo que estén.
—Entonces, ¿puede dejar de hacer ejercicio un día?
—Y muchos. Depende de lo que te ofrezca la vida y del interés que tengas por ella. Es decir, tengo muy claro cuál es mi orden de prioridades. Si me he apuntado a un taller de interpretación que dura dos o tres semanas o más, con un horario determinado, lo primero es no faltar. ¿Por qué? Por algo tan simple como el compromiso. Si te han dado la plaza, no puedes dejarlo a medias porque de no haber ido tú, otra persona estaría ahí y le has quitado esa oportunidad.
»También porque este tipo de talleres, aulas, encuentros, agilizan nuestros cerebros y nos pone en contacto con otras personas en circunstancias parecidas a las nuestras y con las que conviene intercambiar ideas y conocimientos. Cuando vivimos solas y a veces nos sentimos solas, se agradece compartir intereses con otras personas.
––Para no terminar hablando sola.
––No deberíamos caer en eso. Lo hacemos todos en algún momento pero encerrarnos en ello sin abrirnos a otras personas, con las que puedes tener algún nexo e incluso llegar a caerte bien… Eso no hay que perdérselo.
»¡Quién sabe! Igual encontramos en esos talleres a la persona con la que soñamos mientras que si nos encerramos en casa o en alguna adicción —encerrona mayor— nos estaremos perdiendo más de lo que imaginamos: seguir vivos. Además, figúrense que encuentro al compañero perfecto para bailar el rock…
—¿Todavía baila?
—Aún no se me han quejado las rodillas. Claro que de eso de pasar por debajo de las piernas del acompañante, ya no lo bordo, pero el ritmo sigue intacto.
—¿No se siente sola? ¿No tiene algún bajón?
—Hombre, si no me sintiera sola en algunos momentos y no tuviera algún que otro bajón es que sería la muñeca Barbie. Y no lo soy, a pesar de ser rubia. Es normal que todos los solones tengamos de vez en cuando… No creo que sea malo asumir lo que tenemos y lo que no tenemos cuando nos asalta cierto vacío. Pero yo a esa situación no le concedo más de tres minutos.
—¿Por qué?
—No es bueno instalarse en la autocompasión. Hay más soledad en algunas parejas que en una persona sola, Y, además, regodearse en ello, cuando pasan tantas cosas en nuestra sociedad en las que se podría echar una mano y casi no lo hacemos, me parece un insulto. ¿De qué nos quejamos? ¿De no tener un marido, un novio, un amante, todos ellos duraderos, magníficos, triunfadores…? Cada uno tiene que aceptar, no religiosa sino estoicamente, con lo que le toca apechugar porque por muy duro que eso sea, nos hará crecer.
»Y si aún así seguimos lamiéndonos las heridas y haciéndonos las víctimas, hay que bajar a los infiernos de los enfermos y ponerse a ayudar. Ya verán qué pronto se curan. Hay que ser generosos y prácticos y mirarse menos el ombligo, muy visto ya a estas alturas.