María Jesús G., no se propuso nada especial cuando llegó a los 60 años, entre otras cosas porque cada día hace cosas especiales. Dedicada a la enseñanza de adolescentes, cada jornada es un reto que vive como una conquista; encontrar el modo de interesarles, darles cariño y nutrirse de su energía es demasiada pasión como para compartirla con otras metas.
––¿Qué significó para usted pasar de los 60 años?
––Quizá lo mejor sea la prueba de que no te quedaste antes por el camino y que aún sientes el deseo de seguir descubriendo lo que la vida guarda para ti; seguir es, en definitiva, la prueba de que has logrado sobrevivir a momentos de una dureza desgarradora y hacerlo caminando con todos tus afectos, también los rotos, a tu lado. Tampoco sé si llegar a los 60 años es para observarte más; quizá empiezas a asistir a muertes de personas a las que amas; pero, ese dato no es exclusivo de esos años.
––¿Le anda por ahí algún miedo?
––Miedo, lo que se dice miedo, no tengo, salvo al hecho de sufrir alguna violencia de las que cada día asaltan a personas inocentes y bondadosas que se levantaron confiadas y las padecieron sin merecerlas ni buscarlas. Quizá la enfermedad de los otros, de aquellos a quienes amo, me asusta más que la mía propia y, desde luego, el temor a que ésta, si aparece, se prolongue en exceso y dañe a quienes estén pendientes de mí. Por lo demás, la muerte forma parte de la vida y me la encontraré, aun sin buscarla, cuando haya decidido salirme al encuentro.
––¿Hace planes?
––No tengo más planes para el día a día que los que puedo desarrollar: «A cada día, su afán». Casi nunca hago planes a media ni a larga distancia porque sólo existe hoy y es tan intenso que no me da para buscarle rellenos.
––¿Le interesan los viajes?
––No viajo demasiado porque, aunque tengo a casi toda mi familia desparramada por el mundo, he hecho de mi casa un refugio para caminantes fatigados y me gusta más recibirles que cargarles.
––¿Colabora con alguna ONG?
––No practico más voluntariado que el de ayudar, acompañar, conectar con las personas que me rodean y que, necesitadas, o no, de mi presencia, puedan beneficiarse de mi ayuda.
»En las asociaciones de voluntarios hay mucho buenismo de aprovechados y, naturalmente, mucha bondad real y desinteresada; pero el sólo hecho de necesitar el amparo de unas siglas ya me parece que le resta verdad a la solidaridad brindada. Sin contar, naturalmente, a quienes se lucran y viven de esas instituciones buenistas tanto como abominaron antes de las asociaciones semejantes que la Iglesia católica ha prodigado.