Con más tiempo; tal vez los hijos se hayan emancipado ya. Con un cúmulo de saberes, la mayoría extraescolares, que quizá su trabajo cotidiano impidió sacarles partido. Con una dilatada experiencia que igual no ha aplicado en ninguna otra ocasión. Menos presión para afrontar cualquier plan o contratiempo. El convencimiento de que la edad puede ser una oportunidad. porque tanto los planes que esté dispuesto a llevar a cabo como los contratiempos que dificulten el camino, no son una novedad para usted. Porque ya no es tiempo de buscar honores, ni medallas, ni un premio vitalicio. Alguna excepción habrá, pues cumplir años no es garantía de apagar las ambiciones.
Sólo deseamos vivir sabiendo que se vive. El viaje acaba de comenzar.
No cabe la menor duda del poder de transformación que tiene el ser humano y cómo lo lleva a la sociedad en la que habita. Es fundamental para ello una vida sana, pensada no sólo para el cuerpo sino para los adentros, esos que se descuidan tan a menudo y que, sin embargo, son el puntal de la existencia.
Si se tiene en cuenta que para la ciencia el corazón palpita pero no alberga ningún sentimiento, ¿en qué lugar del cuerpo habitan las emociones? Los griegos, sin dudarlo, decían que estaban en el hígado. Pero si usted no es griego tal vez necesite respuestas.
Pablo Motos —ese humorista que primero decía en M-80 Radio que no era nadie y ahora regenta un hormiguero en Cuatro TV, además de aparecer en portadas de revistas y firmar geniales iniciativas como Las músicas minúsculas— comparte con sus seguidores la sabiduría de Valentín Fuster, uno de los cardiólogos más prestigiosos del mundo.
Tras una charla magistral, Motos comunica al doctor que va con un objetivo muy claro: conseguir la receta que le ayude a afrontar los retos de esta frenética vida. El doctor Fuster toma una libreta y apunta:
«Se resume en cuatro Tes:
Una: tiempo, para pensar. Yo cada mañana me levanto a las cinco y me tomo un buen tiempo en mi despacho sin hacer nada.
Dos: encuentra tu talento.
Tres: transmite positividad; todos tenemos un ángel y un diablo, hay que estar constantemente reforzando la parte positiva, trabajando para la sociedad.
Y cuatro: tutora; siempre que alguien más joven te pregunte, párate a responder porque el futuro de este mundo le pertenece a él.
Ten, guárdatela bien. Espero que te sirva».
Parece fácil, quizás no para los jóvenes, pero seguro que al alcance de un sesentañero
Durante muchos años, quizá demasiados, ha pasado por alto muchas sensaciones que tenían que ver con la línea roja del miedo. Ha tapado ese remusguillo que le paralizaba porque tenía que levantarse cada mañana a la misma hora y seguir el ritual de cada día: pasar siete, ocho o diez horas en el trabajo cumpliendo los objetivos, tratando de marcar al que invadía su terreno, orillando las malévolas palabras de algún que otro jefe que, de tanto exprimirle, le había dejado sin gota de zumo y todo ello, a la chita callando o corriendo a los lavabos para evitar el espectáculo de unas lágrimas desbordando el torrente, o de puños apretados, con el solo afán de que nadie advirtiera el terror en sus ojos por temor a perder el empleo.
O estaba atrapado en un proyecto tan apasionante que no le dejaba ver nada más allá. Ni vida personal, ni familiar. La euforia del que siente que puede hacer y deshacer. Pero nunca se sabe bastante, nunca se alcanza el objetivo, hay días que no se le ocurre a uno nada pero se sigue y se sigue…
Son muchos los casos de personas que se frenan en seco. M. M., por ejemplo, era directora adjunta de una gran empresa de telefonía. El trabajo era el centro de su vida y nada que la distrajera de su apabullante rutina tenía cabida. Su madre enfermó de cáncer y ella consiguió una corta excedencia para volver a su pueblo y cuidarla. La enfermedad se prolongó más de lo esperado dándole tiempo para pensar.
El pueblo contaba con una pequeña fábrica de confección en la que M. M., compañera de escuela del dueño, solicitó un puesto. Con su currículo podría haber optado a un cargo si no directivo por lo menos de gestión o de dirección de personal; pero ella se empeñó en emplear su jornada doblando prendas y, a ser posible, en el departamento más solitario. Se descubrió a sí misma disfrutando de verse manejar sus manos con agilidad como si fueran independientes, mientras su mente permanecía de espectadora. Feliz.