Sólo te ve el frutero, el panadero…

Cali tiene tendencia al butacón. Pero sólo en aquellos momentos en que se atrinchera con uno de los muchos libros que devora. Le gusta la literatura desde que era pequeña y por nada del mundo dejaría de leer.

El banco para el que trabajaba la prejubiló con 54 años, ahora tiene 62 y reconoce que su vida ha cambiado mucho.

—El cambio fue muy llamativo, más de lo imaginado. Pasé de estar en activo, con un trabajo agradable que me gustaba, de formar parte de un grupo de personas con las que compartía desde un mal rato por un trabajo extra hasta algunas bromas o alegrías por una novedad en la vida de cualquiera, a emplearme en la ardua tarea de arreglar los armarios de mi casa. Existía ese pequeño toque de ego, de saber que cuentas, que te consultan, de sentirse admirada, de cambiarse cada día de modelito. Pero de golpe, adviertes que te sobran los trajes de chaqueta, que te pones las zapatillas y el chándal y los únicos que te ven son el frutero, el panadero…

»Todo el mundo recurría a mí, era como la memoria histórica del departamento y de la noche a la mañana sólo eres un ama de casa que, eso sí, no tienes que madrugar.

—Pero cobra sin trabajar.

—La prejubilación supone una merma del poder adquisitivo, aunque se cobre, sobre todo si el marido está en paro, como así ocurrió poco después. Tienes que eliminar un montón de cosas que te gustaría seguir haciendo y que no se pueden hacer porque los ingresos se han acortado.

—¿Se ha adaptado a la nueva vida?

—Sí, claro. No he dejado de ir al cine, ni al teatro aunque no vaya con tanta asiduidad como antes. Lo he suplido por talleres de literatura, fotografía digital y gimnasio, donde hago tablas de taichi y pilates. Además me separé de mi marido después de treinta y tres años de matrimonio y cinco de noviazgo.

—Y ¿cómo se sintió y se siente?

—Respiré. La decisión me supuso tranquilidad, porque llevaba una época muy alterada por el tipo de relación que manteníamos y no quería eso. Fue un paso importante el decir «hasta aquí hemos llegado».

—¿Tiene bajones?

—Claro, si no sería una caja fuerte… Cuando se presentan me digo: «Esto lo has decidido tú», y me tranquilizo.

—¿Cómo ve el futuro?

—No le tengo miedo. Siempre me veo rodeada de amigas con situación parecida a la mía y pasándonoslo muy bien. Incluso hasta viviendo juntas. ¿A qué soy positiva?

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