La vida enseñó muy pronto su crudeza a F. D. Su mujer murió muy joven por un cáncer fulminante y se quedó solo con dos niños y un pequeño negocio que, sin ir de cine les daba para vivir con cierta holgura. Pero como tenía que ocuparse de sus hijos, traspasó la tienda, se prejubiló y hasta ahora. Tiene 75 años.
—Nunca me ha interesado ser el más rico del cementerio. Pensé que era lo mejor que podía hacer: ocuparme de mis hijos, sus estudios y luego sus trabajos y creo que lo he conseguido. A lo mejor está feo que yo lo diga, pero tengo una relación fantástica con los dos. Tanto mi hija como mi hijo ––ahora viven con sus respectivas parejas–– siguen pendientes de mí y una vez al año nos vamos todos a esquiar.
—¿Hace mucho ejercicio?
—He de reconocer que es lo que me da vidilla. Cuando vivía mi mujer íbamos a caminar, escalar, esquiar… Dependía de la estación. No sólo nos quedábamos en la sierra de Madrid, ¡que va!, íbamos al Pirineo catalán o aragonés y, en ocasiones, al francés.
—¿Es usted de esos que escalan ochomiles?
—Soy socio del club Peñalara, de los de toda la vida. Y, por supuesto, algún grande he hecho cuando tenía menos años. Ahora hay que adaptarse a lo que nos marca el cuerpo y he participado en alguna carrera de esquí de fondo en Austria, y voy de travesía con raquetas.
—No se priva.
—El día que lo haga será porque no esté aquí, así que estoy retrasando ese hecho lo más posible. Además mis viajes se inician desde que cojo el macuto y empiezo a llenarlo. Para no olvidar nada, lo primero es pensar en que me visto por los pies y, a partir de ahí: botas, zapatillas, calcetines… y continúo subiendo. ¡No saben cómo voy saboreando la marcha!
—Parece un remedio infalible.
—Lo es. Estructurar la cabeza al tiempo que haces el equipaje es el mejor modo de llevar lo imprescindible, pero llevarlo.
—Esos viajes no serán sólo por el ejercicio.
—Claro que no, el ambiente que uno se crea con los amigos también tiene mucho que ver. Si con mis hijos tengo una relación buena, con mis amigos la tengo inmejorable.
—Y ¿de amores, cómo va, o es que no tiene tiempo con tanto deporte?
—Nunca me he quejado. Algunos he tenido y, en estos últimos años, uno ha durado más que los otros pero…
—¿Pero qué?
—Económicamente no era sencillo. Mejor dicho era imposible y, además, no estaba dispuesto a dejar de hacer lo que más me interesa: viajar, esquiar y el montañismo. A lo mejor soy un egoísta…
—O la quería menos que a los montes.
—Puede ser. No digo yo que no.