Ramón M., para no creer en la amistad entre hombres y mujeres, lleva toda la vida con la misma persona.
—Cuando desperté de los desasosiegos infantiles, las ganas de estar con una chica no se me iban de la cabeza. La calentura arreciaba de tal manera que no había forma de pensar en otra cosa.
—Y después de esos años…
—Te echas novia y empiezas a estar con una persona con la que aprendes, al mismo tiempo, a dar pasos de gigante en cuanto a la búsqueda del placer.
—Bonito, ¿no?
—Sí. La verdad es que sí… hasta que vienen los niños y esas noches y esas mañanas de viaje por nuestros cuerpos se ven interrumpidos por lloros, por la entrada a saco en nuestra habitación de una caballería montada del Canadá —de 5 y 7 años— y la toma de nuestra cama, pasando de dos a ser tres, o cuatro.
—Y el sexo se pospone.
—O se tiene a salto de mata. Un desahogo. Empieza a no ser lo mismo. Luego con los años te atemperas y de fogosidad ardiente, pasas a caricias como leves brasas. Y si consigues llegar a un orgasmo tocan a rebato las campanas de la esquina.
—¿Lo celebran?
—Nos reímos y nos damos la enhorabuena. No es para menos. Seguir teniendo ganas de estar con la misma mujer durante tantos años… Seguir queriendo gozar con ella… Eso no sé si le pasa a mucha gente.
—Sus amigos le dirán, ¿no?
—Los hombres no hablamos de estas cosas tan personales. Decimos barbaridades de los otros o contra las otras, pero hablar de nuestras relaciones con la mujer… Eso no entra.
—Las mujeres si se lo cuentan a sus amigas.
—Me lo imagino. ¡Menuda suerte! La verdad es que siempre las he envidiado. ¡Hay que ver la capacidad que tienen ustedes para hablar horas y horas de lo que sea! Creo que nosotros somos más parcos y tenemos más pudor al hablar con los amigos de nuestras relaciones.
—Igual si fueran amigas en vez de amigos les resultaría más fácil.
—Según, porque eso de la amistad entre un hombre y una mujer no me la creo.
—Y ¿eso?
—Porque tarde o temprano algo la lía.
—¿Algo?
—El deseo.
—Así que usted no cree en la amistad entre un hombre y una mujer.
—Digan lo que digan algunos, lo niego. No puede existir.
—Quizás sea así de jóvenes pero en la madurez…
—A lo mejor es otro cantar pero como yo no lo he conocido, no lo voy a inventar.