Regalarse regalando

Por aquellos entonces Fernando B., también bailaba al son que le tocaran además de trabajar en cuanto le salía al paso porque no había otro remedio que ayudar en la casa familiar. Dadas las circunstancias, no había mucho tiempo para disipaciones, ni regalos a sí mismo. No obstante, cuando cumplió 60 años tiró la casa por la ventana y montó una gran fiesta para sus amigos —los cercanos y los perdidos— y, fundamentalmente, para él.

La discoteca era más parecida, en cuanto a diseño, a lo que llamábamos con 20 años una boîte, en la que la luz estaba a media persiana, la escalinata para bajar a la pista era como la de la mansión de Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevo, con una inmensa cortina de terciopelo rojo y esferas de espejitos brillantes. La música que cortaba el aire era, naturalmente, la de los años sesenta y setenta. Eso sí, cambió la mortadela por otros manjares:

—Había llegado el momento de hacer algo que no había hecho nunca. Celebrar que cumplía 60 años y que estaba vivo. Muchos otros se habían quedado por el camino. Fueron años de despertares a las drogas y a la democracia y en muchas ocasiones confundimos la velocidad con el tocino.

—¿Perdió amigos?

—Sí y aunque ellos no me acompañaran, estaban presentes. No fue fácil dar con algunos pero, como no me rindo nunca, empecé a buscar en las antiguas agendas escondidas en lo más profundo de los cajones y ahí los encontré.

—Y ¿el paso siguiente?

—Confeccioné la lista y llamé a muchos de aquellos teléfonos. Tuve sorpresas buenas, regulares y malas.

—¿En qué sentido?

—Algunos habían desaparecido. Otros no me recibieron muy bien…

—Como si pensaran: «Y, ahora ¿qué quiere éste?».

—Algo así. Pero lo importante fueron las buenas. Después de más de doscientas llamadas, la mayoría aceptó la invitación. No sólo me verían a mí sino a otros a los que habían perdido la pista. No sólo sería mi fiesta de cumpleaños, sino por unas horas, la fiesta de muchos encuentros.

—¡Parecería una superproducción cinematográfica con tanto extra! ¿Valió la pena?

—¡Cómo decirle! Volvería a repetirla una y mil veces. Desde entonces es un recuerdo recurrente. Un antes y un después. Algo que vale la pena celebrar aunque sea una sola vez en la vida.

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